martes, 21 de octubre de 2008

Federico y yo

Soy hija única. Podrán creer que eso me convierte en una persona caprichosa, ególatra, solitaria, demandante, independiente, exigida. Lo único que puedo afirmar al respecto es que, de alguna manera, los hijos únicos nos vemos obligados a pasar demasiado tiempo con nuestros padres y que, al menos en mi caso, las vacaciones de verano no han sido muy divertidas.
Recuerdo unas en particular, yo tenía 15 años y otra vez mi padre había decidido alquilar la misma carpa en el mismo balneario de la misma playa en la que él solía veranear con sus hermanos y sus amigos.
Para sorpresa mía, en la carpa que se encontraba exactamente frente a la nuestra, no encontré a los Hernández, matrimonio septuagenario que me adoraba casi como a una nieta. En su lugar, en cambio, hallé a los Grunewald, otro matrimonio filicida con un solo hijo. La víctima se llamaba Federico y era dos años mayor que yo.
Mi absurda timidez no me permitió demostrar la emoción que me produjo la presencia de otro ser de mi misma naturaleza en esa playa detenida en el tiempo, por eso corrí a refugiarme en el fondo de la carpa a fingir que leía.
Sin embargo, las que no tuvieron reparo en expresar la desbordante felicidad que las invadía fueron nuestras queridas madres.
Apenas terminamos de instalarnos, mi madre y la de Federico ya estaban hablando de pantallas solares, de cremas hidratantes y de lo peor:
de él y de mí.
En sólo quince minutos Federico se enteró que me había torcido el tobillo jugando al hockey, que había reprobado física y que aún me debatía entre la actuación y el periodismo. A su vez, supe que él se había desgarrado el muslo derecho jugando al fútbol, que se había eximido en todas las materias y que en dos meses comenzaría a estudiar ingeniería industrial.
Ante semejante escenario, a Federico y a mí se nos hizo difícil mirarnos a los ojos y entablar una conversación. ¿Para qué íbamos a hablar de nuestras cosas si de eso se encargaban nuestras queridas madres?
A medida que pasaba el tiempo la presión se volvía más intolerable, tal es así que llegué a creer que toda la playa ansiaba fervorosamente presenciar el momento en el que Federico y yo nos besáramos, nos casáramos, tuviéramos hijos y pasáramos el resto de los veranos de nuestras vidas en ese mismo balneario.
Por suerte, al tercer día, Federico tomó coraje y me invitó a caminar. Anduvimos un largo rato sin pronunciar palabra alguna hasta que no pude contenerme y solté una carcajada liberadora que él no supo o no quiso comprender. Rara vez Federico hablaba de sí mismo, más bien contaba anécdotas de sus amigos y de su familia. Yo, en cambio, lo atosigaba con preguntas personales que generalmente contestaba con muecas y risas entrecortadas.
Fue esa misma tarde cuando noté que Federico tenía un hundimiento bastante pronunciado en su pecho. Lo descubrí porque él no quiso refrescarse conmigo en el mar, entonces me esperó en la orilla, con las manos sobre la nuca y los pies enterrados en la arena. Cuando salí del agua y caminé hacia él advertí que una mancha extraña se extendía entre sus pectorales, a medida que me fui acercando, confirmé que la mancha se trataba de una cavidad profunda que deformaba el centro de su pecho.
Nos sentamos a descansar en una roca, él comenzó a hablar de cosas que no pude escuchar, me resultaba muy difícil prestarle atención, estaba hipnotizada con ese hueco que me generaba atracción y rechazo al mismo tiempo. Mientras Federico hablaba de sus futuros estudios yo pensaba en cómo se habría formado ese agujero, si habría sido congénito o producto de un fuerte golpe, también pensaba si le dolería y en cómo se sentiría al tacto.
-¿Me estás escuchando?
-Sí, sí, es que tengo calor y quisiera que me acompañaras al mar.
Nos zambullimos juntos por primera vez pero a los pocos minutos Federico salió aterido y con las pestañas llenas de sal. Camino a nuestras carpas me invitó a cenar.
Era nuestra primera cita lejos de la órbita controladora de nuestros padres. Otra vez Federico empezó a hablar de sus amigos, de su equipo de fútbol y de su familia, hasta que no soporté la comezón de una intriga corrosiva y le pregunté acerca de lo inefable, de lo que todos conocíamos pero que estúpidamente negábamos.
-¿Qué te pasó en el pecho?
En menos de un segundo vi cómo su cara se transfiguraba. El estruendo que hicieron los cubiertos al chocar con el plato me asustó. Sé que me explicó entre dientes lo que le había sucedido pero para ese entonces yo ya estaba tan aterrada que no pude entender nada. Lo único que recuerdo es que a los pocos minutos estábamos fuera del restaurante.
-Perdoname, pero no puedo acompañarte-, me dijo con la voz quebrada.
Volví al hotel con una angustia opresiva que no me dejó dormir, pasé la noche en vela planeando la forma de reparar mi grave error.
Al día siguiente Federico no fue a la playa, su madre nos explicó que probablemente habría comido algo en mal estado.
Nunca más volví a verlo. En realidad nunca más volví a ver sus ojos porque durante el resto de la semana que nos quedaba de vacaciones se las ingenió para evitar mi mirada y unas torpes palabras que apenas pude balbucear.
Poco a poco sus padres también dejaron de hablar con los míos.

lunes, 20 de octubre de 2008

Contradicciones Odiosas

* Soy tan exigente conmigo misma que no me alcanza con que las cosas me salgan bien.

* Últimamente estoy tan cansada que ni fuerzas tengo para ir a la farmacia a comprar las vitaminas que me recetaron la semana pasada.

*Te extraño tanto, mi amor, que moriría por verte.

*He cambiando mucho a lo largo de mi vida, cada vez me fui pareciendo más a mí misma.

*Encontré tu foto cuando ya te había olvidado y tuve que olvidarte otra vez.

*Pienso tanto que ya se me hizo deporte.

*La había imaginado tan así como era que cuando finalmente la vi me asusté y salí corriendo.

*Carlos y Gabriel serán siempre mis grandes amores. A Gabriel lo conocí cuando lloraba por Carlos. Cuando dejé de llorar por Carlos, Gabriel me abandonó ¿Adivinen quién apareció cuando lloraba por Gabriel?

*Lo peor de mí es que cuando mi cerebro dice NO, mi corazón dice SÍ y viceversa....(lo bueno es que mi corazón tiene más carácter que mi cerebro).

*Hace un tiempo me engañaba a mí misma, ¡¿pueden creerlo?!

*Me di cuenta de que si esperaba a que vinieras, no ibas a venir en cada uno de los segundos en los que esperara a que vinieras. Por eso dejé de esperarte. Aún así tampoco viniste.

*Lo más lindo que ella tiene es que cree que no me doy cuenta de nada.

lunes, 6 de octubre de 2008

Señora Q

El otro día fui al supermercado y mientras esperaba en la fila para pagar, una chica de alrededor de 15 años me dijo:
-Señora, se le cayeron las galletitas.
Sentí que una lanza me perforaba los pulmones, el esternón y que se asomaba a través de mi estómago.
Me di vuelta echando fuego por los ojos, espuma por la boca y le contesté a la chiquita:
-Escuchame, ¡¿a vos te gustaría que te dijera: ´Nena, se te cayeron las galletitas?!´
Y volví a darle la espalda victoriosa.
Escuché unas risitas nasales típicas de mocositas insolentes y al rato otra voz púber que dijo:
-Disculpe.....................Señora.
Las risitas continuaron hasta el día de hoy.