Nos guarecimos del frío incipiente
bajo las hojas crujientes del otoño.
Temblaban tus labios y el corazón.
Íbamos a besarnos pero un pájaro herido y desorientado
desparramó sus vísceras sobre nuestro nido de amor.
-¡Es un presagio!- pensé.
Y desapareciste entre el verdor de la hiedra
y la oscuridad del dolor.